lunes, 22 de octubre de 2012

SEXO EN EL PALEOLITICO



Saber cómo vivieron y amaron nuestros antepasados en las cavernas es sumamente difícil porque no se conservan evidencias físicas. De ahí que los científicos traten de recomponer el puzle de la prehistoria a través de los restos arqueológicos y del estudio del comportamiento sexual de otros animales parecidos a nosotros, como los primates.Las imágenes halladas a lo largo de Europa en piedras, paredes, grabados y carbones así parecen demostrarlo. Datan del paleolítico superior, con una antigüedad de entre 40.000 y 10.000 años; proceden de las últimas sociedades cazadoras-recolectoras y son verdaderos documentos que nos permiten entender cómo vivían y se relacionaban.

Las más antiguas tienen que ver con la parte más reproductora del sexo, como mecanismo para mantener la especie. Hay grabados que muestran el proceso del parto, como el dibujo de tres vulvas, hallado en una cueva francesa, en el que se aprecia la línea de los labios superiores. En el segundo de los dibujos, la línea está más abierta, y en el tercero, aparece una cabeza. Eso demuestra que ya conocían el proceso fisiológico del parto, desde la dilatación hasta el nacimiento del bebé en sí.
También vinculadas a la cuestión reproductiva están las numerosas estatuillas de mujeres orondas, las llamadas Venus, que datan de entre 29.000 y 21.000 años de antigüedad y que se han encontrado a lo largo y ancho de Europa. De pechos enormes, nalgas sinuosas con acumulación de grasas y vientres hinchados, la mayoría tiene la vulva elevada, cuando en realidad, en la mujer la vulva está escondida. Ese detalle denota la obsesión de nuestros ancestros por mostrarla, quizás por la importancia que tenía para el mantenimiento de la especie. En aquella época, la mortalidad infantil era elevadísima. El 30% de los niños que nacían no llegaba a cumplir un año y, de los que conseguían superar el año, dos de cada 10 morían antes de cumplir los cinco.
Aunque a menudo se suele representar a los cavernícolas agarrando a las mujeres del pelo y llevándolas hacia la cueva, lo cierto es que, a juzgar por los dibujos, la realidad dista de esa imagen. Nuestros antepasados se besaban y se abrazaban. Y, seguramente, se querían, aunque el concepto de querer quizás sea distinto al que tenemos actualmente. Se han encontrado escenas de besos entre dos personajes y los besos son los primeros y los últimos impulsos de amor sexual. También hay abrazos. Y preámbulos amatorios. Puede que nuestros antepasados, sobre todo y ante todo, quisieran amar y ser amados. Durante el acto sexual, segregamos una hormona especial que se encarga de establecer vínculos entre la pareja, la oxitocina. Y lleva desde hace cientos de miles de años afectando a las emociones, inundando nuestros cuerpos para hacernos sentir bien, cómodos en brazos de nuestra pareja.

Quizás eso explique por qué el sexo es el motor de nuestra evolución. Intentamos gustar, atraer, y lo hacemos ahora mediante el peinado, la ropa, nuestra capacidad para insinuar los órganos sexuales sin enseñarlos, y, sobre todo, nuestro ingenio, capacidad para hacer reír al otro… En la prehistoria ocurría lo mismo: se han hallado numerosos ornamentos con los que adornaban el cabello y el cuerpo, así como pieles trenzadas y pigmentos con que se untaban la piel. El objetivo no era otro que gustar a sus parejas, alimentar esa necesidad que tenemos de estar juntos y de gozar. De ahí que la evolución cultural superara a la evolución biológica. El sexo dejó de ser exclusivamente una forma de reproducirse para convertirse en una vía de comunicación, de establecimiento de lazos sociales razon por la cual desde hace miles de años, en definitiva, queremos querer y que nos quieran.

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